Los médicos van a la huelga por los bajos sueldos y las malas condiciones laborales
MAR CENTENERA
Avellaneda (Buenos Aires) 22 SEP 2016 – 22:22 ART
Pacientes atendidos en los pasillos del hospital Lucio Meléndez de Adrogué. JUANJO BRUZZA
Silencio sepulcral. Hace un año que no se escuchan llantos de bebés en la sala de Neonatología del hospital Pedro Fiorito de Avellaneda, en la provincia de Buenos Aires. Las cinco incubadoras están desenchufadas, las cunas vacías, los aparatos más sensibles protegidos con plásticos. El área de Neonatología cerró el pasado octubre por falta de personal: de las siete personas que había dos años atrás quedan solo tres. La búsqueda de especialistas que cubren las vacantes es muy difícil. A ocho kilómetros de allí, en la capital argentina, los médicos cobran casi el doble. Los profesionales de los 79 hospitales públicos de la provincia de Buenos Aires comenzaron ayer una huelga de 48 horas para exigir mejoras salariales. Entre las reivindicaciones están también sus condiciones de trabajo.
«Entré hace 16 años. En ese momento había médicos de planta, dos médicos por guardia, había residentes, había concurrentes. La gente que terminaba una residencia, como yo, quería entrar en un hospital público. Con el tiempo esa gente se fue jubilando, retirando, renunciando. Hoy quedamos tres», relata un día antes del paro la neonatóloga del Fiorito Margarita Araya. El sueldo de un médico que ingresa a la sanidad pública bonaerense ronda los 15.000 pesos (977 dólares). «Nadie vive con el sueldo de un hospital público, tenés que trabajar en dos o tres lugares», continúa Araya, quien complementa su ingreso con otro en una clínica privada.
Margarita Araya en el área de Neonatología del Fiorito, cerrada. JUANJO BRUZZA
Cuando Araya llegó, el hospital atendía unos 2.300 partos anuales. En los años que precedieron al cierre del servicio, ya eran sólo 1.200 y con una complejidad muy inferior, porque quedaba solo un especialista de guardia. Ahora, su trabajo se limita a esperar si llega algún parto en estado tan avanzado que sea imposible derivar a la gestante a tiempo a otro hospital.
«Con los actuales 15.000 pesos, los trabajadores no alcanzan la canasta básica, fijada en 20.000 pesos (1.300 dólares). Esta política está vaciando de trabajadores el sistema público de salud, porque sumado a los magros sueldos, la violencia, la falta de insumos, las malas condiciones edilicias, los profesionales migran a las instituciones privadas», denuncia Fernando Corsiglia, presidente de la Asociación Sindical de Profesionales de la Salud de la Provincia de Buenos Aires (CICOP).
Desde el Ministerio de Salud bonaerenseadmiten la necesidad de aumentar los sueldos del personal hospitalario, pero rechazan la medida de fuerza por considerar que hay abierta una negociación. «El paro se hace en el marco de una paritaria que está abierta», dice por teléfono Leonardo Busso, director provincial de hospitales. «El sueldo es muy bajo. Estoy de acuerdo con el reclamo, pero el tema es complicado», agrega Busso, quien explica que no se puede equiparar de un día para el otro los salarios de la provincia con los de la capital. El responsable de la red hospitalaria bonaerense arremete contra la gestión kirchnerista por considerar que hubo una «desinversión en salud» y define como «muy malas» las condiciones en las que trabajan los médicos.
El Gobierno provincial, encabezado por la gobernadora macrista María Eugenia Vidal, hizo un diagnóstico desolador del sistema que encontró al asumir, el pasado diciembre. «53 de los 79 hospitales necesitan reformas urgentes. Cuatro de ellos hay que hacerlos de nuevo», afirma Busso.
Los pacientes oncológicos del Meléndez aguardan su turno a la intemperie. JUANJO BRUZZA
Uno de esos cuatro es el Lucio Meléndez de Adrogué, 23 kilómetros al sur de la capital argentina, que lleva 114 años en funcionamiento. «Peligro! No poner pacientes debajo del tablero», dice un cartel enganchado sobre el cuadro eléctrico en uno de los pasillos. A menos de un metro, una mujer tumbada en una camilla y con un suero intravenoso se recupera de una descomposición, mientras personal médico y pacientes van y vienen frente a ella. Detrás, un joven de 17 años espera, en posición fetal, a que se libere un quirófano para ser operado de urgencia de apendicitis. Los tres consultorios de guardia de pediatría están instalados en lo que antes era un corredor. Hay lavabos rotos, baños que deben ser compartidos entre pacientes y médicos, cables a la vista, ventiladores sin aspas, goteras e incluso el agujero que dejó un roedor en una de las paredes, decorado con humor: «Jerry, su casa».
Inversión en infraestructuras
El Ejecutivo de Vidal ha elaborado un ambicioso plan de infraestructuras, que prevé un desembolso superior a los 3.500 millones de pesos (228 millones de dólares) entre este año y el que viene para hacer más de un centenar de obras en los hospitales. La jefa de Emergencias del Meléndez, Virginia Vallejos, se muestra cautelosa con el anuncio. «Más que palabras, hechos». Trabajadora de este centro desde 1980, recuerda que un ministro de Salud -que evita identificar- le prometió que en seis meses iban a estar cortando juntos la cinta de una nueva guardia. La promesa nunca se concretó.
El tomógrafo está instalado en un edificio anexo al párking del hospital. Si llueve, los pacientes -que suelen ser trasladados en camilla o en silla de ruedas- tienen que ser protegidos con paraguas el recorrido que hay entre el hospital y la sala de tomografías. A pocos metros está la sala de espera de oncología, también a la intemperie, en la que aguardan los pacientes que hacen quimioterapia.
«TODOS DEPENDEMOS DEL BUEN FUNCIONAMIENTO DEL SISTEMA PÚBLICO»
A pesar de los problemas, los médicos defienden la sanidad pública argentina y piden el compromiso de toda la ciudadanía con este sistema gratuito y abierto a todos. «Los hospitales públicos atienden al sector más vulnerable, pero también a cualquiera que tiene un accidente de ruta o pasa por la esquina y le pasa algo. Es el primer lugar de atención, donde se salvan vidas. Si me disparan un tiro, yo quiero que me atiendan en el Fiorito», dice Aníbal Aristazabal, médico en el hospital Fiorito. «Todos dependemos del buen funcionamiento del sistema estatal de salud».
«En el privado hay lugares donde te pagan un plus por parto, un plus por ponerle un respirador, un plus por internarlo, se hacen cesáreas innecesarias. Hay gente que hace cosas como corresponde, pero otras no», denuncia Margarita Araya, también del Fiorito. «En el hospital público se hace lo que hace falta para el paciente», remarca esta neonatóloga.
Aunque algunos pacientes pierden la paciencia y hay casos extremos de agresiones verbales y físicas, la mayoría se resigna ante las largas esperas o las malas condiciones de los centros. «La atención es muy buena, lo importante es que lo van a operar en unas horas», dice Marcela Rodríguez con la mano agarrada a la de su hijo, que lleva sin dormir ni comer desde la noche del miércoles, a la espera de una intervención de urgencia. «Los médicos son muy buenos. Me han operado cuatro veces en dos meses», explica Gregorio Ruiz, un paciente diabético que aguarda una revisión de su pierna amputada en el Fiorito. Su caso es un ejemplo del fracaso de la prevención, opina Aristazabal. «El diagnóstico de diabetes muchas veces llega tarde, cuando solo queda operar», afirma.
En sus inicios, Vallejos formaba parte del equipo de terapia intensiva. Había cinco camas, las mismas que hay hoy, a pesar de que Adrogué ha crecido mucho y su población se acerca ya a los 30.000 habitantes. En otros hospitales incluso ha habido un retroceso. Según el diagnóstico oficial, se perdieron 636 camas en la provincia por falta de inversión y se calcula que faltan unos 2.100 profesionales solo para recuperarlas.
El médico clínico Aníbal Aristazabal, del Fiorito, compara la evolución de los hospitales públicos con la de las estrellas. Cree que en los años 80 eran gigantes rojas, ahora son enanas blancas y «van camino a convertirse en agujeros negros». Como todos los demás, confía en que su pronóstico falle y esta vez las promesas se cumplan.